Como la economía está tan de moda, algunos compañeros me han pedido que retome una metáfora mía que nos puede ayudar a entender algo mejor algunas cosas; lo llamaremos “teoría económica creativa”. Para ello, he de apelar a Smith o Ricardo, etc. . (los liberales clásicos), también a Brown, Carnot, Boltzman, Einstein etc. .. (teóricos de la termodinámica), y a Darwin.
Tendré que tomar algunas atajos con la termodinámica en particular, pero es que es simplemente una metáfora, y espero que sea sencilla sin caer en el simplismo. De paso, asumo que generará debate e incluso polémica, pero de vez en cuando hay que arriesgarse :)
Así que allá vamos: Pensemos en una perola llena de agua e ingredientes varios, donde vamos a elaborar una sopa, o incluso mejor, un consomé. Este líquido está compuesto de billones de partículas y moléculas. La agitación individual desordenada (movimiento Browniano) y los choques entre partículas, y a su vez entre partículas y la pared de la perola es lo que –cuando sumamos esas variables individuales– se traduce en temperatura del conjunto, una variable global. (En realidad hemos tomado alguna libertad con la termodinámica, ya que las partículas tienen el poder de generar “agitación” desde su propio interior, y aquí habría que analizar la termodinámica de cada particula, pero esto me llevaría muy lejos de mis competencias naturales).
La metáfora entonces es la siguiente: La perola es el contenedor (la Nación, con su marco institucional, legal y moral); la actividad “desordenada” de cada partícula (el trabajo de cada persona) se convierte en calor (la riqueza de la Nación).
Primera metáfora
Esta es la primera metáfora del liberalismo clásico: la mano invisible del mercado no es más que la suma estadística de todas las actividades individuales “desordenadas”, que medidas estadísticamente nos dan un “calor” (la llamada riqueza).
Avancemos un poco, siempre pensando en Smith. Cualquiera que haya preparado un consomé sabe que se forman grumos si no mantenemos la agitación del líquido (la agitación puede ser endógena –motivación– o exógena –incentivos externos– dichos grumos pueden estropear la receta, y hacerla más “pobre”, además de no producir agitación salvo en el interior de los grumos, y por lo tanto no interactuando con el resto del caldo. A esos grumos, Smith los identifica con la tendencia natural a formar monopolios, lobbies, regulaciones mal entendidas, amiguismos, etc. ... que empobrecen la Nación; y es aquí donde Smith afirma que es responsabilidad del gobierno el asegurarse de que no se formen esos “grumos” que dificultan la generación de riqueza para el conjunto de la Nación, o que incluso la empobrecen.
Segunda metáfora
Esta la segunda metáfora; es decir, que Smith no rechaza en absoluto la intervención del Estado, al contrario; y sitúa el debate ya no en “más Estado o menos Estado”, si no en “mejor Estado”.
Sigamos avanzando, Smith afirma que existen actividades que no atraen a la iniciativa individual, por no reportar beneficio individual alguno para los inversores. Es aquí donde el Estado ha de intervenir y hacerse cargo (léase emplear una espátula y rascar el fondo de la perola, para que no se queme el consomé, es decir que no se abandonen actividades simplemente porque no son rentables). Y ésta es la tercera metáfora: es que se trata otra vez de la textura y la temperatura del consomé (el resultado global siendo la riqueza de la Nación) y no de la riqueza del individuo.
Tercera metáfora
Sigamos avanzando; Smith piensa en términos de riqueza de las Naciones y esto choca con Darwin. Veamos porqué. Para generar esa riqueza (el calor del conjunto) es preciso que las partículas puedan desarrollar todo su potencial. Smith hablaba de la responsabilidad del Estado de ayudar a que la sanidad, higiene y educación fueran las mejores posibles, para que los individuos pudieran “agitarse” con eficacia.
El corolario a tal afirmación, si la llevamos hasta las últimas consecuencias sería el siguiente: yo, como Estado, he de ayudar a que las partículas desarrollen todo su potencial, pero es aquí donde chocamos con una ley biológica individual que dice lo siguiente: yo deseo que mis retoños sobrevivan y consigan lo mejor para ellos; con lo cual, si dispongo de medios, gastaré dinero en asegurarles la mejor educación y las mejores posibilidades, aunque alguno de ellos no se lo merezca (por inteligencia, por actitud, etc. ...).
En el otro extremo, el que no disponga de esos medios, verá como sus hijos han de aceptar una posición social más “pobre” no realizando todo su potencial, siendo la Nación el perdedor final.
Volviendo a nuestro consomé, habrá entonces una multitud de partículas lentas –más frías- de dos tipos: seres que aportan –calientan- poco pero en las cuales se han gastado recursos, y seres con “calor” potencial pero en los que no se han podido gastar recursos (por carecer de ellos), resultando en un consomé menos fluido y más frío –más pobre- que lo que potencialmente podíamos conseguir.
Metáfora final
Es decir, decido que mi consomé lleve grumos y esté tibio (prevaleciendo mi interés egoísta), o de lo contrario quiero que esté untuoso y caliente, aunque eso conlleve un sacrificio personal a cambio de un mayor enriquecimiento de La Nación.
Pero dejaremos este problema para otra ocasión, cuando hablemos de ética y de motivación.